22/9/10

Rojo Insmonio

Advierto que es malísimo, porque lo hice a cuentarreloj para un concurso.

En los tranquilos suburbios de la Ciudad Costera, vivía una familia de clase media: Un tranquilo oficinista, su esposa, maestra de primaria y dos alegres niños.

Él volvía al mediodía a su casa por la autopista mayor cuando, en medio del embotellamiento, sintió como si una voz le hablaba desde la nada. De repente, vio a su esposa que lo llamaba desde la casa, le dijo que vaya rápido y que tenía que auxiliarla; Vio rojo, vio sangre, y se apuró a salir lo más rápido que pudo del embotellamiento, siguiendo un instinto tan ilógico como terrorífico.

Abrió la puerta del coche, corrió a la elegante casa de dos pisos y cuando entró descubrió horrorizado que, ilógico o no, el instinto era correcto. Siguiendo un rastro de roja sangre, de la cocina al living, descubrió a su mujer agonizante, que se había arrastrado hasta el teléfono. Fue un accidente, amor -le dijo ella-. Me tropecé y llevaba el cuchillo en la mano, perdóname. Del vientre de la treintañera la sangre seguía corriendo como si fuese una catarata.

Descolgó el teléfono, rápidamente llamó al número de emergencias y pidió auxilio. Pero la ambulancia llegó veinte minutos después, cuando ella ya se había desangrado y nada podía hacerse. Él no fue encontrado culpable, pues varios atestiguaron que había estado en la oficina, y las marcas sobre el cuchillo decían claramente que ella misma fue la que se acuchilló, por lo que la causa fue tratada como suicidio, aunque nadie lo creyese.

Para los niños, su madre estaba en un viaje muy importante de trabajo, y aunque su inocencia les permitía creer eso, sospechaban que algo andaba mal, quizás por los ojos rojos de su padre, su cara de tristeza profunda, y el hecho de que su madre no se hubiese despedido. Sin embargo no se habían animado a preguntarle que sucedía, él siempre había sido bueno, les traía regalos y les contaba cuentos, pero no hablaba mucho ni de sí ni de su trabajo.

En poco tiempo el insomnio se apoderó de sus noches. Había tomado unas vacaciones, en las que rezaba llamando a su mujer como lo haría un ciego. Mientras los niños dormían en la planta alta, él repetía eso desde medianoche al alba, en el mismo living donde ella murió.

Tres vigilias después del accidente encontró esa respuesta que buscaba, una respuesta mientras la llamaba o creía hacerlo, porque ya no distinguía bien la diferencia entre la vida y la muerte, el insomnio y el sueño mismo. Que llevase a los niños fuera de esa casa, al menos por un tiempo, eso decía la voz que escuchaba, la misma voz que antes.

Una valija con su ropa y otra con la de sus hijos esperaban al pie de la escalera. El menor de ocho años además cargó unos cuantos juguetes. En esas vacaciones sorpresa, irían a una cabaña que alquilaban los fines de semana. El viaje concluyó sin contratiempos en la casa de playa, cerca del mar pero separados por un profundo y rocoso acantilado.

Por las noches el hombre prendía el hogar a leña y miraba el fuego crepitar mientras oraba por la difunta. Con el pasar de los días, sólo se sentía bien cerca de ese fuego, solitario pero más cerca de su esposa. Sus ojos se habían contagiado de la furia de las llamas y cada noche se sentía más consumido por la idea de reencontrarse con su mujer, cualquiera fuere el precio, ya que sentía que eso era lo que ella le pedía.

Así pasaron cinco noches. La sexta, cuando se alzaba la luna llena, escuchó por tercera vez esa voz, más oscura, lejana y tensa que antes. Toma el hacha con la que cortas la leña, decía la voz, y libera el alma de nuestros dos hijos, para luego arrojarte al mar, ya que esa es la única forma de volvernos a encontrar, en este mundo en el que ahora existo.

Lo que luego siguió fue algo muy rápido, pues él ya estaba convencido, incluso antes de que la voz se lo pidiera.

Sólo un rayo de débil brillo lunar entraba a la pieza donde dormía la mayor, de trece años. El hacha bajó rápidamente sobre ella, desde los dos robustos brazos de su desesperado padre.

El grito de la pequeña anunció que el golpe no había asestado en su cuello.

Escuchó los gritos desgarradores de la niña, sus tropezones hasta la puerta y como prendía la luz, lo que develó lo sucedido tras el hachazo: Desde la cama agujereada y partida, el rastro de sangre manchaba el camino hasta ella cuyo brazo se bamboleaba atrozmente, a punto de soltarse.

El niño asustado por los gritos ya había salido de la habitación contigua, miró a su hermana correr y siguió tras ella, al ver a quien había sido su buen padre, ahora transformado en el monstruo de sus pesadillas.

El desquiciado se precipitó y su segundo tajo partió la puerta delantera, justo después que ambos niños salieran despavoridos con la mayor detrás, mareada, vertiendo roja sangre por todo su zigzagueante camino.

Al asesino no le costó alcanzar a la niña. El más pequeño vio cómo el hacha se hundía en su hermana, desde la clavícula hacia abajo, partiéndola, mientras caía bañada de sangre entre pasto y rocas.

El niño corría a ciegas, aturdido, en línea recta, sin ver el acantilado que tenía delante pero en el último de los instantes fue cuando un rayo de luna reflejado en el oleaje le advirtió del peligro, y se tiró hacia un costado, esquivando el cuarto y último golpe, además de la abismal caída.

El enloquecido también lo pudo ver pero no fue tan ágil. No gritó cuando caía al mar, sólo se escuchó el ruido de huesos quebrándose, mientras el mar lo comenzaba a reclamar.

El niño vomitó varias veces, por asco, repulsión y miedo. Quedó tirado en el camino entre su hermana descuartizada y el hondo abismo, hasta que el rocío del alba lo despertó. Sus ojos sólo podían ver como los de un muerto, y aunque se encontraba vivo, se sentía condenado a seguir respirando.

J. P. López

16/9/10

Volviendo de la Catarsis

Mucho, quizas demasiado tiempo sin escribir en este blog. Las cosas que he escrito no tienen cabida, por ahora, acá, aunque voy a postear un par de cuentos en un tiempo corto.
Las buenas noticias es que, creo, ya pasó el temblor. Estoy feliz. Es decir, ya no estoy en una crisis existencial. Aunque puede que esté equivocado, y esté solamente llegando a una isla perdida en el medio del océano. Pero quiero tener fé en que llegué a tierra firme. Me estoy ya sacando cargas que hace bastante tiempo cargaba, y me estoy sintiendo bastante mejor. Así que si esto sigue así, muy pronto publico un par de cuentos. El primero seguro va a ser "Rojo Insomnio", que lo escribí el año pasado para un concurso, del que gané una cena con la que en ese entonces era mi pareja. Es algo oscuro, y la verdad siempre creo que le faltaba algo. Pero lo dejo así para contemplarlo tal cual es, sin retoques ni agregados.
Saludos a quien quiera que lea esto, y agradecería mucho que comentasen algo. Lo que fuere, saber que no estoy solo, es lindo a veces, creo que lo entenderán.