15/5/11

Fantasmas para mí

Entré a mi casa, y era la misma casa de siempre. Dejé las mismas llaves de siempre, colgadas donde siempre. Saqué mi celular del bolsillo, mi billetera, los deje en el rincón de siempre. Me acerqué a la misma ventana de siempre, el cielo profundo, vacío, crepuscular, el mismo de siempre, las torres eternas, grises, muertas, las mismas de siempre.

Me desaté el pelo, enrulado, enredado, oscuro, el mismo cabello de siempre. Caminé por el pasillo, viejo, oscuro, perdido, el mismo pasillo de siempre. En el baño, en el espejo, mis ojos clavados en mis ojos, huecos, tristes, piden vida como una laguna sin peces, los mismos ojos de siempre.

Me acordé que la ventana del alma son los ojos. Me acerqué al espejo, miré a mis ojos, huecos y tristes, los de siempre, y vi para adentro. Intolerable. Separé mi cara del espejo y fue como si la sacara del agua. Mis cabellos caían al vidrio, mis ojos se estiraban para abrazarse con mi reflejo. Era mi reflejo o era más que eso, eran mis ojos, era mi alma lejana, era el espejo, el otro mundo, el que no quería ver.

Desprendí mi cara del espejo, abrí el grifo, me enjuagué la cara, espesa, dolorosa, caliente, no estaba como siempre. Levante la toalla, me sequé la cara y mis manos estaban fuertes, dolorosas, vivas.

Me miré nuevamente y no me vi. Y me acerqué al espejo. Más y más cerca. Y el espejo me quiso tragar. Huí con la cara pesada, los músculos tensos, por la tristeza. Me tiré en el sillón. Ahí estaba, mis ojos y yo. Mi alma, mis manos dolorosas. Mi tristeza, mi vieja hermana, de las que no se van.

Tantos fantasmas para mí. Yo y la soledad, yo y la tristeza, yo y la melancolía. Yo estaba entero. Me sentí bien. Triste, pero bien. Ya no tenía la cara entumecida, la mirada vacía, mi alma intolerable, acaparadora y avasallante estaba ahí, conmigo. “Por fin te vuelvo a ver, hermana.” “Por fin me quisiste ver, hermano.” “¿Dónde estabas?” “Donde siempre.” “¿Y yo?” “Donde siempre.” “¿Nada se mueve, verdad?” “Nada.” “¿Cómo siempre?” “Como siempre.”

Tantos fantasmas para mí, y para mi alma. Después de tanta sequía, llovió. Y llovió como debía hacerse. Y llovió, y lloví, y llovimos juntos. Juntos y solo. En la misma soledad de siempre. Con el mismo pasillo oscuro, en la misma casa de siempre, con mis mismas llaves, celular y billetera, los mismos rincones, las mismas soledades, las mismas horas lentas, edificios muertos, calles infinitas, cielos inalcanzables, sonrisas falsas, fantasmas persecutores, con mi misma alma. Pero vivo. Vivo para ver los amaneceres que sean necesarios, vivo para correr las infinitas calles, explorar las mil torres, combatir fantasmas, horas y soledades a la vieja usanza, con capa y espada. Con papel y lápiz.

Tanta tinta he sangrado, ¿por qué no sangrar hoy un poco más?

He vuelto, lento pero seguro, como el buen sexo, y recargado hasta los dientes de palabras sin decir.