24/6/10

Esta mañana

Hoy me desperté sin ganas de ver, y como no, ayer me dormí queriendo no despertarme, pero sí queriendo que los sueños, que para mí ya ni recuerdos de viejas ilusiones son, me lleven a un mar infinito, con todas esas cosas viejas y rotas que mi mente fue desechando mientras crecía y enterarme de que sigan, aunque perdidas, enteras al menos.

O que existan, al menos, que existan mis ilusiones.
¿A dónde van los pensamientos luego de ser abandonados? ¿A dónde han ido mis ilusiones, arrugadas y desteñidas, como los barquitos de papel que el arroyo se llevó? Llega ya el punto, el maldito momento, en el que me pregunto si todo esto vale la pena. ¿Vale la pena pensar? ¿Vale la pena crecer? ¿Vale la pena vivir? ¿Vale la pena ver?

Porque ver, para mí, no es apreciar luces, colores y contornos, no, eso es sólo lo superficial. Ver, sólo vemos con los ojos. Pero ver, lo que se dice ver de verdad, es lo que dijeron alguna vez los nativos de mi América, aquellos que lloraban que sus dioses les hayan nublado la vista a la distancia, porque ver es saber, y con la vista, les habían robado el conocimiento.
Loada sea la mujer que trajo a mi vida el Pop Vuj, trayendo en ese mágico libro un puñado de grandes ideas olvidadas.

Entonces, esta amarga y triste mañana, me levante sin querer saber más nada. Sin querer crecer, sin querer soñar, sin querer pensar, sin querer vivir, sin ilusionarme ni recordar. Las únicas verdades que conozco no me dan muchas esperanzas, pero quizás a alguien del ancho mundo sí.
Así que las diré, así como son, sin gracia ni magia.
La primera verdad, es que estamos vivos y vamos a morir, así de simple y elemental, fue descubierta muy de niño, pero fue cobrando mil significados. Tras estar en varios accidentes, y sentir la adrenalina de estar al borde de la muerte, se siente el verdadero significado de esta idea. Y en mi temprana adolescencia, esta idea dio un paso adelante, al escuchar, y asimilar, un retazo de otra verdad, o de la misma verdad, cobrando otra dimensión en mi vida: Muchos caminan, pocos dejan huellas.

Caminé por años con esa idea en la cabeza, a veces bailaba en mi cabeza, a veces la martillaba, pero siempre estaba presente. Fue vagando por los pasillos, viendo como cada año estaban más sucios y desordenados, pero con más cajas llenas de pensamientos e ideas, algunas mías, otras leídas, otras escuchadas, y así.

Y yo, sabiendo que esa verdad me acompañaría de por vida, tuve que decidir. O elegía el camino fácil, y optaba por una vida tranquila y predecible, o desafiaba al mundo entero y salía a buscar mil sueños, a dejar una huella.

Y siempre tuve una mente revuelta, que no aceptaba nada tal cual era, todo es digno de cambio, todo puede ser mejor, o peor, pero todo puede cambiar, y… ¡Ups! En ese momento recuerdo como algo pasó en mi mente, habré tenido trece o catorce años y dije, no solamente todo puede cambiar, si no que todo está en constante cambio ¡Para qué! Justo estábamos viendo en matemática del secundario algo que no recuerdo bien, salvo esos dos conceptos que me acompañarían de por vida: Constantes y Variables. Y ahí una nueva verdad surgió: Todo es variable, incuso las constantes son variables, ya que todo está en constante variación; o resumiendo, Todo varía, incluso lo constante.

No hace falta recalcar la revolución que eso significó en mi cabeza. Apliqué la idea a todo lo que se me cruzaba, y hasta en física tenía sentido, ya que hay ciertas cosas inexplicables de la física moderna, que la cuántica revolucionó, y luego otras que siguen apareciendo, y así.

Pero lo más interesante era como todas las ideas se iban completando. Si todo varía, uno puede cambiar las cosas, si uno deja una huella, entonces es un cambio, todo cambio es posible, porque incluso las constantes varían.

En este punto hace falta aclarar algo. Aprendí a leer a los cuatro a leer, y a los seis leía cuentos por mi propia cuenta, a los trece leía libros de historia enteros y escribía cuentos y tenía ya la idea de escribir novelas. Por lo que cuando las ideas llegaron a este punto, yo ya tenía unos cuatro cuadernos bastante gordos tirados por mi pieza, llenos de ideas. Hoy estudio historia, y quiero escribir novelas, estoy retomando una que tenía suspendida. Contado así parece una vida muy lineal y monótona, pero en realidad tuvo mil giros hasta llegar a lo que es ahora. Basta decir que a los trece había fumado mi primer porro, o que pase ocho meses encerrado en una habitación, o que para renovarme la matrícula me obligaron a que vaya a una psicóloga privada, porque en el secundario decían que a la psicopedagoga de ahí le consumía mucho tiempo.

A los dieciséis, tras unos cuantos libros más, tras pasar de comunista a anarquista, a decir que el socialismo nunca fue aplicado, y finalmente decir que no podía decir si era una cosa u otra sin verdaderamente haber leído lo suficiente, quizás por estos cambios ideológicos, se formó otra verdad.

Muchas cosas son duales, y la dualidad misma es una forma de explicar el mundo en el que vivimos. Una moneda tiene dos caras contrapuestas, es decir, que apuntan a lugares opuestos, y, por más opuestas que sean uno no puede concebir una moneda con una sola cara. La sociedad es igual, tiene dos grandes fuerzas que se enfrentan buscando ideas finales contrarias, sin embargo, la sociedad como la concebimos depende justamente de ese conflicto, de esa contradicción para existir.

¿Acaso podríamos haber visto un régimen fascista sin uno comunista en contraparte? ¿Acaso hubiese podido haber guerra fría con una sola de las partes? ¿Acaso pudo haber existido una dictadura argentina como la de 1976 sin la existencia ideológica del comunismo? El pensamiento de uno no arranca de sí mismo, si no de las diferencias con el otro, por lo que todo necesita de su opuesto para existir como tal.

Aclaro que no estoy diciendo que por culpa de los comunistas hubo regímenes fascistas, guerra fría y dictaduras en todo el globo, después de todo, los comunistas siempre fueron la escusa para dominar, como hoy son los terroristas.

Que mejor invento para el dominador el del terrorista, que es el mal encarnado, la violencia y el más puro de los horrores convertido en ser humano, es como inventar al anticristo. El planteamiento actual es, estas con mi sociedad que te defenderá del “Eje del Mal” o serás torturado, asesinado, violado, junto con todo lo que conoces por estar expuesto al mal encarnado en persona: El Terrorista.

Y esta idea se repite, en noticieros y en películas, en libros y videojuegos. Crea toda una cultura a partir de ese demonio que existe fuera de ella, nada más parecido a la edad media y su inquisición.

Así como la Iglesia Católica demonizaba a todos los de otras creencias para asegurarse poder, hoy la elite de las empresas multinacionales crean demoniza una cultura, diciendo que son todos unos asesinos y terroristas.

Esa es la escusa para dos cosas, primero, hacer que la sociedad occidental viva con miedo, sin pensar, temiendo de los unos a los otros, y a su vez, tener la escusa para poder atacar oriente medio, que es en realidad una fuente muy rica en recursos que se le ha estado negando a occidente.

Incluso la idea misma de una cultura occidental se contrapone a la de una oriental. Más obvia no puede ser la idea de que todo necesita de su contrapuesto para justificarse.

Y yo también, lo admito, me creo a partir del otro, a partir de lo que no soy, para luego llegar a lo que sí soy. No soy ni futbolero, ni me fijo en la moda, no soy un crédulo de los Medio Masivos de Comunicación (o de Difusión), no creo tampoco en la democracia partidaria, no me conformo con una idea inculcada, ni siquiera con una idea propia, no creo en las verdades absolutas, no tengo fe en ninguna religión, ni siquiera tengo esperanza en la vida (lo cual duele y mucho), no creo que las respuestas o las soluciones vengan de arriba, como los que plantean que los políticos y los científicos solucionarán todos los problemas de la humanidad. Y a partir de eso conformo quién sí soy.

Es tan simple la idea que se lleva los laureles de verdad (desde mi punto de vista), justamente por eso, lo simple y fácil de aplicar que es. Igualmente, llega un punto que nos devuelve al principio de todo esto. Hoy me desperté sin ganas de ver, de saber, de ser, de vivir. Y es que tantas ideas a uno le hace perder la fe que en un momento si tuve en muchas mentiras, como las religiones, o lo que dicen los medios, o lo que dicen los políticos, incluso científicos (hoy en día desconfiar de la palabra de un especialista parece un crimen sólo realizable por un loco, cuando hay muchos especialistas que se prestan a decir tal o cual cosa en el noticiero de las ocho porque le pagan por ello).

El no creer en nada, el no tener esperanzas me lleva finalmente la medianoche pasada, como tantas noches, para qué vivo yo entonces, retomando la idea de Charly García (en “Para quién canto yo entonces”, en Pequeñas anécdotas sobre las instituciones, de Sui Generis). Para qué estudio, para qué escribo, para qué aprendo, para qué hablo, para qué escucho, si nada pareciera darme una mínima esperanza. No conozco ningún pensamiento que me lleve más cerca, de manera racional (lo que es el problema), a la idea de que morirme en este momento sería lo mismo, o mejor quizás que seguir viviendo.

Mejor, porque mis padres no tendrían que mantenerme, ya no consumiría para este sistema ni sería su cómplice, ya que desde mi punto de vista, todos somos cómplices, salvo los inocentes niños, de que las cosas sean como son, porque nos quedamos de brazos cruzados esperando que nos saqueen y nos maten, no dominen y nos aplasten.

¡Oh, jovencito! ¡No debes ser tan pesimista! ¡Arriba ese ánimo, que eres joven y tienes toda una linda vida por delante! ¡Disfrútala!

Cuántas veces escuché a esa vieja represora que está en el fondo de cada persona, queriendo tapar con prejuicios y falacias mis ideas. Pesimista dice, por ver las cosas de otro modo al enfermizo optimismo que nos enseñan a tener para que nos callemos la boca y aguantemos un poco más. Los medios gritan eso a los cuatro vientos, y las Doñas Rosa lo repiten, tomando mate con edulcorante y hablando de la inseguridad cada vez que ven pasar a un morocho. (Robo la idea de Doña Rosa de Mariana Bendahan, una profesora mía, del Taller de Semiología del CBC).

También, Doña Rosa, me dice que disfrute la vida y le ponga la otra mejilla a la vida, que me tome todo con soda y me olvide del pedazo de responsabilidad social que tengo. No es su culpa, la criaron en la dictadura, y ahora para colmo mira Telenoche. Pero la generación nacida en la segunda parte de los ochenta, y la de los noventa, nos criamos con el mismo temor que ellos, después de todo, Doña Rosa son nuestras madres, que nos hacían mirar Telenoche desde chicos, que nos decían como nuestros abuelos, con eso no te metas.

Bueno, casi cuatro hojas A4 llenas son suficientes por hoy, o por ahora…

Sean optimistirigillos, lean comics de Superman, miren TN, vayan a la iglesia y estudien administración de empresas en una universidad privada así todos juntos mejoramos el mundo, abrazados a nuestros amigos estadounidenses, con sus cadenas comerciales y sus multinacionales que tan buenas y éticas son.

Juan P. López

P.D: En el último párrafo uso un recurso llamado “Ironía”, el que no lo entiende puede Wikiar que significa la “Ironía”, y quizás se lleve una sorpresa con ese párrafo tan políticamente correcto.

P.P.D: No siempre soy tan depresivo.

15/6/10

No tengo nombre para esto

Hace ya bastante tiempo que venía queriendo hacer un blog, para ver qué pasa, nada más...

Recién ahora me estoy poniendo los pantalones, por así decirlo, y supero un par de bloqueos que andaban dando vueltas... Me considero una persona fuera de lo común, por mis ideas, por lo que soy. Siempre quise y quiero ser un escritor, y he escrito cosas que, a ojos de otros, son muy interesantes, sin embargo, este blog tratará, creo, de plantear aquellas cosas que, como el título dice, no tienen título, o no sé cómo clasificarlas...

Empecemos por algo muy básico, una conversación que tuve con un amigo hace un tiempo:

Amigo:

-¿Sabes? Hay algo que nunca aprendí, y que nadie me lo dijo, yo me di cuenta tarde, descargarme en el momento justo, porque si no, algo pequeño a lo largo del tiempo va creciendo como carga. Crece y comienza expandirse como un virus, y cuando que me llegue el día en que algo diminuto haga que me fracture, y esa cosita pequeñita se hizo más grande y poderosa, y cuando salga, destruirá todo lo que me rodea.

Yo:

-No te arrepientas, porque arrepentirse es negarse a aprender de la situación, y a afirmar porque estas donde estas admite que fue un error, admite que ese error es parte tuyo, aprende de esa experiencia y no volverás a caer -Y fue en este momento que, casi esporádicamente dije algo que llevaba guardado por años- cuando yo tenía 13 me estampe contra un muro de concreto, de 3 metros de alto rompí mi máscara, y tras ocho meses de intentar repararla me di por vencido, me vi al espejo, entonces fue cuando comprendí que estamparme contra ese muro fue lo mejor que me pudo pasar en la vida porque en el espejo, veía mi rostro.

-yo creo que me revente la cabeza hace tiempo, y rompí esa mascara, por algo con un propósito que todavía no termino de comprender, pero sé que me hace mucho mas fuerte e intrincado de lo que parece porque recuerda siempre. Yo estoy del otro lado a veces creo que esa razón, ese propósito, es romper más máscaras.

Luego de un tiempo más de charla llegué a las conclusiones de que:

- A los trece años perdí mi máscara, es decir mis defensas, mi hipocresía.

- Luego de perder esa máscara, atravesé al otro lado de la pared.

- Del otro lado, todo es oscuro.

- Al cruzar me reencontré con "mi otro lado", ese lado que odio por sentirse superior por estar, justamente, del otro lado

- A partir de ese momento yo soy tres personas: yo sapiens, yo sombra, y yo último.

- Yo sapiens es el primer yo, que siempre está presente, el encargado de fingir frente a los demás, y el que piensa por sí mismo.

- Yo sombra es el que aparece en soledad, es la ira, el vacío, es el miedo y la soberbia. Todo lo que odio.

- Yo último es el estado en el que sapiens somete a sombra. Obtengo todo el poder de la unión, sin caer ante mis odios.

¿Acaso éstas ideas no les recuerdan a la dialéctica hegeliana?

En la próxima sesión le planteo esto a mi psicóloga, mi versión del Yo, Superyó y Ello, pero con una especie de síntesis y dialéctica hegeliana en el medio.